top of page

Buenos lectores

Actualizado: 7 sept 2019

Vladimir Nabokov, a propósito de los lectores de sus novelas, nos recuerda cuatro elementos fundamentales de la buena lectura.

Por Alexis Rodríguez


Vladimir Nabokov, en 1969.

Hoy hablaremos de un ensayo y una autobiografía. El ensayo se llama Buenos lectores y es de Vladimir Nabokov, el autor de Lolita; la autobiografía se titula Una historia de amor y oscuridad, del autor israelí Omos Oz.


Amos Oz, hablando de su formación literaria, de sus lecturas de niño y de su idea de la literatura, rinde un homenaje al autor ruso. Se pregunta Amos si era acaso justo preguntarle a Nabokov quién era Lolita, si la había conocido realmente. ¿Muchos habrían querido preguntarle al autor si compartía el espíritu de Humbert Humbert o si no albergaba en su alma a un pervertido seductor de jovencitas?


Tal es el estado de cosas de lo que podríamos llamar "nuestras malas lecturas", las que parten de confundir al autor, mejor, al escritor, con sus personajes. Los personajes de la literatura son ficciones que existen en tanto los leemos, en tanto los dotamos de una vida que no es otra cosa que un juego poderoso de nuestro imaginario.


Quiero evocar lo que en su introducción al Curso de literatura europea afirmaba el genial Vladimir Nabokov…


“El buen lector es aquel que tiene imaginación, memoria, un diccionario y cierto sentido artístico…”


Me gustaría discursar un poco sobre estos cuatro elementos encierran un fondo de una verdad estética que puede orientar nuestras inquietudes literarias.


Imaginación al leer. Para no pensar que lo que lee es simplemente una traducción literal de la realidad, sino que la literatura es ficción, invención.


Memoria. Para percibir los detalles, los ojos atentos, la necesidad de establecer permanentes conexiones… De leer generando un escenario pleno de detalles significativos.


Un diccionario. Porque, como decía Estanislao Zuleta, leer implica aceptar una tarea que de entrada ya ofrece unas cuantas dificultades. Se trata de entablar conversación con una persona que habla otra lengua… no solo que habla otro idioma, sino que así sea un contemporáneo mío vive en un mundo.


Cierto sentido artístico. Me encanta esta última condición, porque esta es la razón suprema de nuestra afición a la literatura. De la misma manera en que en una pintura nos dejamos arrastrar por la sutileza de los detalles, en una escultura por la textura y la voluptuosidad de las formas y en la música por los juegos interminables y abstractos de cada nota, en la literatura nos dejamos seducir por las palabras, por una voz que seduce gracias a su capacidad para crear mundos. Se trata sin duda de leer con una cierta sensibilidad hacia el calor, la gracia, el donaire, los múltiples sentidos que tiene cada palabra, no solo en un verso en un poema, sino cada palabra en un excelente relato.


Agrega Nabokov


Un buen lector, un lector de primera, un lector activo y creador, es un «relector».


La obra no se debe leer, sino releer. Al ver una pintura la imagen nos ofrece una especie de totalidad; luego con los ojos pasamos, nos detenemos en cada uno de los detalles, reconocemos ciertos recorridos, ubicamos algunas diagonales o planes que son significativas. A diferencia de la pintura, en cuento o en una novela, la primera lectura no nos ofrece esta perspectiva global; solo durante la segunda lectura estamos atentos a la totalidad. El sentido profundo y enigmático de la primera linea de la mayoría de los relatos, solo se percibe al volver a ella una vez hemos entrado en al trama de las obras.


Nabokov recuerda a los lectores de su libro que los motivos que tiene alguien para leer a un autor son siempre altamente subjetivos: sin duda es posible, dice, que los lectores más sencillos encuentren importante leer una obra porque les recuerda su infancia o encuentran en la misma una palabras de consuelo. Otros justifican la lectura porque ven las novelas y los cuentos una forma de acceder a la cultura de una época, conocer su lengua, aprender geografía e incluso familiarizarse con la cultura de una época.


Sin embargo a esta forma de imaginación sencilla habría que oponer un tipo de imaginación un poco más impersonal, un poco más elevada o elaborada, y relacionada directamente con la fruición artística. Este tipo de imaginación demanda estar en la capacidad de tomar de distancia frente a la obra para no ver en la obra un estricta literalidad. Una trama, un argumento, un personajes, son, por su misma naturaleza en tanto seres de ficción seres complejamente simbólicos, significativos de una cierta manera de entender el mundo, formas complejas de entender la realidad.


Mas el sentido de las obras no se puede buscar en sus conexiones con la realidad externa. La obra encarna, representa o simboliza una verdad sobre la condición humana. Importa menos don Quijote como hijo de Cervantes, que como una constante encarnación -aunque enjuta- de los ideales humanos, o de su locura.


Nos interesa mucho más esta verdad que el chismorreo que podemos averiguar sobre la conexión entre la obra y la vida de los autores. Los personajes de las obras literarias, son solamente personajes literarios. Son fragmentos de una obra de arte, que en esencia son piezas de ficción. No son personas a las que podemos hacer reclamos en el sentido de por qué actúan como actúan o piensan. Sin embargo el lector contemporáneo se deja llevar por la idea -superflua- de creer que la verdad literaria, la verdadera interpretación de una obra consiste en establecer por qué una autor escribió una historia, o creó un personaje.


En su bella autobiografía Una historia de amor y oscuridad, Amos Oz se queja de la manía de los entrevistadores que preguntan cosas como: ¿qué quería decir usted realmente cuando creó tal personaje?, ¿qué quiere decir usted de verdad en esa pieza? Se parte, en primer lugar, de suponer que el autor conoce un tipo de verdad esencial que ocultó a través de sus obras o como si existiese detrás de las obras una supuesta verdad o interpretación cumbre, y no un abanico de interminables lecturas posibles.


En segundo lugar, se impone así la idea insulsa de creer que las obras literarias son el resultado de disfrazar eventos de la vida real. Es verdad que la vida real y la biografía del autor juegan un papel crucial en el proceso creativo y en el mundo de los autores. Sin embargo, nada descubriremos sobre La peste de Camus, de Cien años de soledad o sobre El túnel de Ernesto Sábato, preguntándoles a sus autores que querían decir realmente con su obra, o quién era realmente Tarrou, Remedios la Bella o Alejandra:


Tarrou, el cronista de los tiempos modernos, lúcido, defensor a ultranza de la vida, amante de la humanidad pero condenado a vivir como un extraño entre los hombres; Remedios la Bella, voluptuosa, virgen, deseable e inalcanzable más allá de todos nuestros desvelos; y Alejandra, hermosa, peligrosa, oscura, llena de misterios abismales, representa, cada uno a su manera, una perfecta concepción de la existencia que existen más allá de la vida de los autores, encarnando los deseos más intensos y devastadores del ser humano.


Kommentit


bottom of page